Seminario periodístico en una casona de paredes de piedra
gris y lúgubres pasillos de cemento. Loto ha preferido quedarse en la habitación de la segunda
planta que comparte con sus dos queridas amigas de facultad mientras ellas
asisten, en el sótano, a un curso sobre la importancia de contrastar la
información antes de soltarla.
Aguarda organizando la ropa de su maleta cuando un agujero
comienza a abrirse entre las camas dejándole ver, bajo un creciente remolino de
bruma, lo que está ocurriendo en la bodega. ¡Horror! Allí no hay periodistas
sino siniestros sacerdotes ataviados con largas y sobrecogedoras túnicas,
oficiantes de una misa negra que pretende robar el alma a sus
compañeras. ¡Y ellas sonríen sin darse
cuenta!
Loto esquiva de un salto el agujero espectral y baja
apresurada las escaleras mientras se le corta la respiración al sentir como
extraños entes sin cuerpo rozan su piel erizándole el vello. Quieren impedirle que llegue hasta las chicas. Aterrorizada se zafa del fantasmagórico abrazo y consigue alcanzar la planta subterránea. Al fondo, sobre la puerta que da acceso al
cursillo, ha aparecido un cáliz dorado sangrante. El miedo se convierte en pavor.
Loto no puede mover el brazo para colocar su mano sobre el pomo y entrar. El terror la ha convertido en piedra. Trata
de gritar pero también se ha congelado su garganta. Y cuando una lágrima de
frustración y pánico comienza a caer por
su mejilla… ¡ea! la rubia y la morena
salen tan pichis por la puerta, comentando entre risas lo interesante de la
clase periodística.
Aterrador... pero no tanto como tratar de convencer a la pareja recién desalmada de que no habían sido imaginaciones suyas, de que había ocurrido en realidad,
de que el buen periodismo… es ya pura fantasía.
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