25 de junio de 2010

Sueño XXVI: El Sepiendrilo

Un poblado cerca de la selva o los arrabales de una ciudad del Próximo Oriente. No consigue Loto ubicar el lugar de la pesadilla compartida con Mikiki en unas vacaciones de mochila. Caminan entre serpientes. Las hay de todas las formas, tamaños y colores: enormes boas de tonos beige, estilizadas cobras negras, otras de delgado cuerpo y enorme cabeza con extraños símbolos cual lenguaje extraterrestre, sibilinas culebras de rio. Primero están en libertad, después son serpientes de tienda, reptiles maltratados por un grupo de insensibles cuidadores de mostacho negro. En una esquina, a una le han hecho un nudo y después le han envuelto con una cuerda cómo si fuera medio kilo de babilla de tenera lista para meter en el horno. Mikiki y Loto se acercan apenados. Mikiki le acaricia el lomo. Ella gira la cabeza que resulta ser la testa de un cocodirlo de ojos llorosos. Mikiki acaricia con más amor al serpiendrilo que, en un arranque desconcertante, abre sus fauces y muerde el brazo del niño. Loto trata desesperada de abrir sus mandíbulas de finísimos dientes. No puede. Mikiki llora. Loto saca fuerzas de la desesperación. Por fín afloja el animal su enorme boca, suelta el brazo del pequeño pero, en un movimiento ultrasónico, muerde el mucho menos tierno de su mamá. Sorprendente la caricia; el mordisco no duele!

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