19 de diciembre de 2012

Sueño LIII: Donde el amor no se puede

Era una nevera. No hubiera podido elegir sitio peor para el 4, el día que marcaría el antes y el después. Se había estropeado la calefacción del bistró de la librería en la que habían quedado para reconocer lo que sólo habían imaginado. Él no acertaba las teclas del MAC con los dedos rígidos por el frío. Ella escondía las manos –y el temblor- en una bufanda enrollada. Se hablaron con los ojos fijos en la pantalla del ordenador. El reconocimiento se limitó a sus voces y a un fugaz roce, brazo contra pecho, delicada y efímera fricción. Un café, dos paseos, cuatro cañas y tres tropezones más tarde, todo terminó en Salidas de la T1. Según despegaba su avión, todo había vuelto al lugar en el que estuvo hasta ese día y en el que –entonces creía- el amor era posible: el de la realidad que no es.  

Pasaron el 5, el 6 y el 8 soñando diseños y confidencias. El 11 y el 13 imaginando promesas. El 14, el 15, el 16, intercambiando imágenes, números, notas. El 18...

Atardecía en Madrid y ella iba a pasar la noche sola. La nevera vacía, tras una ducha rápida se calzó Converse y vaquero y se acercó a la frutería de Manolo a por unos tomates, lechuga y un par de manzanas. Cargada con la frugal cena se encaminó de vuelta a casa cuando algo la detuvo en seco frente al ventanal del bar de la esquina. Las manos no pudieron sostener la bolsa. Rodaron las verduras por la acera. Detrás del cristal, sentado solo en una pequeña mesa, él hacía dibujos con el dedo sobre el vaho de un vaso de whisky helado.
De pié, uno frente a otro, los 7 grados de la calle eran una brisa cálida de finales de junio cuando subieron a casa. ¿Para qué las palabras? Bastaban sus ojos en los ojos del otro. Sólo sus oídos deleitándose con la hondura de cada suspiro entrecortado y el sonido del apetito común. Sobraba con la piel y el calor de los cuerpos; con el vestido de sus tatuajes y la luz de las velas que teñían de color pajizo el blanco edredón. La ropa tirada en el suelo, sólo quedó sobre la silla del balcón un regalo: la camiseta verde que él traía puesta para ella.
Entonces se conocieron despacio, sin prisas, acariciándose primero con la yema de los dedos, descubriéndose palmo a palmo con las manos y rozándose con los labios después. Ella saboreó la tinta de su nuca y sus muñecas. Él gozó de su boca y de la cicatriz azul de su cadera. Pequeños bocados de deseo que convirtieron las ganas en incendio cuando no quedaba más que un rincón por aprender. Ella derretida, él levantado en roca, se abandonaron sobre las cálidas plumas doradas por la ardiente cera. Lentamente aún, sin premura, él descubrió milímetro a milímetro su profundidad. Fue en la primera, la más prolongada, la más suave fusión. Incursión dócil a la que siguieron oleadas cada vez más deliciosas e intensas que multiplicaron por mil el aleteo de las mariposas verdes escapadas de su bajo vientre e instaladas en el desbocado pecho de él. Y a cada latido y a cada batir de alas, se embrutecieron las acometidas cubiertas de sudor que los iban disolviendo en uno, que los diluían en un cuerpo a punto de morir de delirio y placer cuando se vertieron sincronizados en un momento único, irrepetible, perfecto.  
Abrazados, durmieron difuminados en una caricia paralizada y perpetua. 

Al salir el sol, notó que bajo la sábana ya nadie sujetaba sus pies. Se levantó y susurró su nombre, con la voz de cazalla del despertar, en el baño, en el salón, en la cocina. Cuando volvió al dormitorio miró el edredón, de nuevo blanco; no había ropa en el suelo ni camiseta verde en la silla del balcón. Entonces comprendió. Sólo había sido un sueño… delicioso, incendiado, dulce, brutal, pero un sueño otra vez. Todo había vuelto de nuevo a ese jodido lugar en el que el amor no se puede: el de la realidad hipotética, virtual... el de la realidad que no es.
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7 comentarios:

  1. No te deje quererme...pero no he dejado de amarte

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    1. Querido anónimo: esa frase es tan bonita como imposible. El que ama deja que le quieran. Si no deja amar... es que nunca quiso.

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  2. Sí Loto, es posible. Es posible levantar un muro invisible alrededor de uno, y, a la vez, morir de amor. Sí...se puede.

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    1. Estimado anónimo:
      Me encantaría conocer su nombre para dirigirme a usted cual operadora caribeña de Movistar. Mientras se decide a salir del armario, permítame decirle que el amor no levanta muros sino que los destruye.
      Fdo: el equipo de la Srta. Francis.

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  3. Soy "pajarillo", mi amol. Ya siento tu voz caribeña al otro lado del hilo.
    Los muros se tumban con el martillo y el cincel de la pasión y el corazón. Juntos veremos caer paredes, juntos saltaremos tapias de estrechos callejones: en Damasco o en La Elipa
    Firmado: un pobre community manager mal pagado

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  4. Impresionante el quinto párrafo. No sabía que se podía pasar del frío extremo al calor más ardiente de esa forma...

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    1. En los sueños... todo es posible. Gracias por tu comentario, Carres

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