Una mirada y el milagro se produjo. Recuerdo sus gafas de montura metalizada, su sonrisa mofletuda y la túnica blanca que dejaba adivinar un estómago satisfecho. Una mirada y Francisco y yo nos habíamos convertido en las mitades de una naranja. Sin pasado, sin contacto, sin sexo... sólo el sentimiento profundo de pertenencia y la complicidad de siglos que nunca existieron.
Ambos sabíamos que no iba a ser sencillo, que determinados tabúes pesan demasiado como para aventurar futuro. Pero Francisco, valiente frente a mis miedos, me convenció de que podía romperlos.
Hasta que la insaciable voracidad del voyeurismo y cotilleo nacional... se cargó nuestra historia sin pretérito. Alguien se enteró de lo nuestro y la noche en la que yo regresaba a casa tras el último encuentro -sin pasado ni contacto ni sexo- una melé de cámaras, grabadoras, flashes y micrófonos arrinconó mis afectos. El amor se evaporó cuando mi televisor reprodujo, en Sálvame DeLuxe (como quiera que se escriba) la imagen de mi misma negando como negó Pedro.
"Francisco: perdóname -le dije al teléfono- pero no puedo"
La crítica feroz, gratuita, envidiosa y malvada de aquellos personajillos, que no entendían que él me hubiera elegido ¡y mi cobarde incapacidad para soportarlo! pusieron fin al affaire sin pasado -ni contacto, ni sexo- que anoche tuve con el Papa Francisco.
(menos mal)
____________
15 de mayo de 2013
17 de abril de 2013
Benedetti 3.1
Le dije que podía contar conmigo al uso del uruguayo: no hasta dos ni hasta tres, sino contar conmigo.
Y contó, conmigo.
Pero cuando llegó el momento de hacer la suma, eligió dividir.
Y dividió.
Pero no entre dos o entre tres.
Ni conmigo.
Dividió para uno, sin mí.
____________
Y contó, conmigo.
Pero cuando llegó el momento de hacer la suma, eligió dividir.
Y dividió.
Pero no entre dos o entre tres.
Ni conmigo.
Dividió para uno, sin mí.
____________
19 de diciembre de 2012
Sueño LIII: Donde el amor no se puede
Era una nevera. No hubiera podido elegir sitio peor para el 4, el día que
marcaría el antes y el después. Se había estropeado la calefacción del
bistró de la librería en la que habían quedado para reconocer lo que sólo
habían imaginado. Él no acertaba las teclas del MAC con los dedos rígidos por
el frío. Ella escondía las manos –y el temblor- en una bufanda enrollada. Se
hablaron con los ojos fijos en la pantalla del ordenador. El reconocimiento se
limitó a sus voces y a un fugaz roce, brazo contra pecho, delicada y efímera fricción. Un café, dos paseos, cuatro cañas y tres tropezones más tarde, todo
terminó en Salidas de la T1. Según despegaba su avión, todo había vuelto al
lugar en el que estuvo hasta ese día y en el que –entonces creía- el amor era
posible: el de la realidad que no es.
Pasaron el 5, el 6 y el 8 soñando diseños y confidencias. El 11 y el 13 imaginando promesas. El 14, el 15, el 16, intercambiando imágenes, números, notas. El 18...
Pasaron el 5, el 6 y el 8 soñando diseños y confidencias. El 11 y el 13 imaginando promesas. El 14, el 15, el 16, intercambiando imágenes, números, notas. El 18...
Atardecía en Madrid y ella iba a pasar la noche sola. La nevera vacía, tras
una ducha rápida se calzó Converse y vaquero y se acercó a la frutería de
Manolo a por unos tomates, lechuga y un par de manzanas. Cargada con la frugal
cena se encaminó de vuelta a casa cuando algo la detuvo en seco frente al
ventanal del bar de la esquina. Las manos no pudieron sostener la bolsa.
Rodaron las verduras por la acera. Detrás del cristal, sentado solo en una
pequeña mesa, él hacía dibujos con el dedo sobre el vaho de un vaso de whisky
helado.
De pié, uno frente a otro, los 7 grados de la calle eran una brisa cálida de finales de junio cuando subieron a casa. ¿Para qué las palabras? Bastaban sus ojos en los ojos del otro. Sólo sus oídos deleitándose con la hondura de cada suspiro entrecortado y el sonido del apetito común. Sobraba con la piel y el calor de los cuerpos; con el vestido de sus tatuajes y la luz de las velas que teñían de color pajizo el blanco edredón. La ropa tirada en el suelo, sólo quedó sobre la silla del balcón un regalo: la camiseta verde que él traía puesta para ella.
De pié, uno frente a otro, los 7 grados de la calle eran una brisa cálida de finales de junio cuando subieron a casa. ¿Para qué las palabras? Bastaban sus ojos en los ojos del otro. Sólo sus oídos deleitándose con la hondura de cada suspiro entrecortado y el sonido del apetito común. Sobraba con la piel y el calor de los cuerpos; con el vestido de sus tatuajes y la luz de las velas que teñían de color pajizo el blanco edredón. La ropa tirada en el suelo, sólo quedó sobre la silla del balcón un regalo: la camiseta verde que él traía puesta para ella.
Entonces se conocieron despacio, sin prisas, acariciándose primero con la
yema de los dedos, descubriéndose palmo a palmo con las manos y rozándose con
los labios después. Ella saboreó la tinta de su nuca y sus muñecas. Él gozó de
su boca y de la cicatriz azul de su cadera. Pequeños bocados de deseo que
convirtieron las ganas en incendio cuando no quedaba más que un rincón por
aprender. Ella derretida, él levantado en roca, se abandonaron sobre las cálidas
plumas doradas por la ardiente cera. Lentamente aún, sin premura, él descubrió
milímetro a milímetro su profundidad. Fue en la primera, la más prolongada, la
más suave fusión. Incursión dócil a la que siguieron oleadas cada vez más deliciosas e intensas que multiplicaron por mil el aleteo de las mariposas verdes escapadas de su bajo vientre e instaladas en el desbocado pecho de él. Y a cada latido
y a cada batir de alas, se embrutecieron las acometidas cubiertas de sudor que
los iban disolviendo en uno, que los diluían en un cuerpo a punto de morir de delirio
y placer cuando se vertieron sincronizados en un momento único, irrepetible, perfecto.
Abrazados, durmieron difuminados en una caricia paralizada y perpetua.
Al salir el sol, notó que bajo la sábana ya nadie sujetaba sus pies. Se
levantó y susurró su nombre, con la voz de cazalla del despertar, en el baño, en
el salón, en la cocina. Cuando volvió al dormitorio miró el edredón, de nuevo
blanco; no había ropa en el suelo ni camiseta verde en la silla del balcón. Entonces
comprendió. Sólo había sido un sueño… delicioso, incendiado, dulce,
brutal, pero un sueño otra vez. Todo había vuelto de nuevo a ese jodido lugar en el que el amor no se puede: el
de la realidad hipotética, virtual... el de la realidad que no es.
____________
13 de noviembre de 2012
Sueño LII: Ay Petraeus!
A pesar de la química, han vuelto los sueños a las noches de
Loto. En el de ayer, su ex compañero
y mejor amigo se convirtió en portada de un diario de tirada nacional y objeto
de debate sobre la ética de esta profesión en crisis, que algunos intentamos
volver a profesar contra el viento de la experiencia que no se paga y la marea de los infrasalarios que no se deberían pagar.
Él –tú ya sabes quién eres, querido- se
liaba con una colega de prensa del extinto ministerio de Vivienda. Uno más de los
muchos affaires del roce laboral. Pero, en esta ocasión, tuvo la friega la mala fortuna de toparse con
un avispado periodista de investigación. Una tarde, tras el polvo apasionado y rapidito de hotel, antes de regresar al olivo propio, tomaban los mochuelos un café en el bar perdido en el que nadie les podría reconocer. Sonrisa perenne y ojitos de cordero degollao, el acaramelamiento les hizo olvidar en la mesa la factura del hospedaje de los afectos vespertinos. El avispado periodista de investigación, que había escuchado la conversación de los amantes desde una mesa contigua, recuperó la cuenta y, en un taxi de los de
COPE y cristo redentor en el salpicadero, se acercó raudo al hotel dónde, haciéndose
pasar por policía –no sé si dije que era un avispado periodista de
investigación- consiguió las grabaciones de las cámaras de vigilancia.
Al día siguiente el compañero de Loto y su amante eran
portada en La Vanguardia y su video -10 segundos de entrada furtiva en una
habitación- se había convertido en TT
con miles de visitas en la página web. Él estaba hundido. Loto, enfurecida. Pero
¿qué coño de periodismo es este? ¿qué mierda pasa con esta profesión? Poseída por la rabia, se lanzó a las redes sociales a tratar de frenar, con apenas medio
centenar de seguidores, la afrenta. Intentó convencer a los soberbios gurús de
los 140 caracteres de lo absurdo de la noticia… pero ¡no hubo manera! A él le rompieron la vida. A Loto... a Loto se le quitaron las ganas un poco más.
Otra pesadilla de los tiempos en el regreso a los brazos de Morfeo. ¿Quién mandaría a Loto interesarse, antes de dormir, por los lances del General Petraeus?
____________
____________
25 de octubre de 2012
El problema no es la huerta sino el hortelano
Un día me contó mi abuelo, mi centenario abuelo, la historia de un pariente lejano, Salustiano Iglesias,
Salus para los amigos. Inteligente emprendedor de finales
del XIX, importó una brillante idea y fundó en España la huerta del tomate obrero. Empezó con un pequeño terreno que se
encargaba de servir tomates a precios asequibles a quienes contribuían a su
cuidado: la clase trabajadora de la Revolución Industrial.
Funcionó tan bien durante tanto tiempo que las tomateras crecieron y la huerta se convirtió en invernadero: pepinos,
lechugas, calabacines, berenjenas, acelgas…
Atendida la verdura con mimo por los curritos que participaban del negocio, la
compañía se convirtió en una amenaza para otros productores que, tras la Guerra
Civil española, consiguieron que la dictadura franquista ilegalizara la
empresa para que sólo se alimentaran los que pagaban bien. Los herederos: hijo y sobrinos de Salustiano, gente noble, valiente y combativa, decidieron sin embargo mantener la empresa a
escondidas, en un mar de plásticos clandestinos, de forma que, cien años después
de su creación, muerto y enterrado ya el dictador, la huerta se convirtió en la primera verdulería de
España, con producción propia, calidad óptima y el precio más competitivo.
Por aquel entonces, finales del siglo XX, el negocio ya
estaba en manos de Salustiano González, el nieto de Salus. Un chico formado, con un par de carreras y
algún que otro master. Viajado, listo, carismático, extendió el negocio a Europa ya con su
nuevo logo: un tomate sobre una mano roja. Llegó la modernidad a la empresa, a la Tomatera Salustiano de los Hortelanos Obreros de España –la TSHOE- que cambió la filosofía del cultivo social por
otra más acorde a los tiempos: el libre mercado. Los tomates seguían siendo los
mejores pero, gobernados por la ley de
la oferta y la demanda, comenzaron los vaivenes. Subían los tomates, bajaban
los rábanos, se disparaba el precio del calabacín… El producto dejó de ser
aquel bien cercano al pueblo que con tanta ternura lo había cultivado.
Dos presidentes más pasaron por la empresa tras la dimisión,
tan sensata como tardía, de Salustiano III. Uno apenas aguantó tres años sin conseguir
reflotarla. Otro, un leonés, pariente lejano de la familia, de bonitos ojos y mejor talante, volvió
a llevarla a lo más alto en un periodo de algo más de 6 años en los que la ciudadanía saboreó
de nuevo, al mejor precio, el mejor tomate hortelano. No supo sin embargo el
joven anticiparse a la crisis verdulera norteamericana y la tomatera cayó
en picado, con amenaza de quiebra.
En la actualidad, con una economía que no levanta cabeza, la TSHOE ya sólo mantiene dos huertas: una en Andalucía y otra, mucho más
humilde, en Asturias... y ¡los tomates se siguen sin vender! Los acreedores se
frotan las manos pero no quiere verlo su ciego gobernador, un hombre
experimentado, consejero delegado en todas las presidencias de la empresa desde
la mejor época de Salustiano González, a quien regala los oídos su camarilla
de directores de producción, negocio y marketing... que ven todavía menos que él. No es que
los tomates sean caros y hayan perdido su tradicional calidad. Es que ya no los quieren ni
quienes los cultivaron. Y a pesar de que
algunos le han pedido que lo deje, que se marche, que el pueblo necesita la verdura más que nunca, él ha respondido hoy en una
emisora de radio que “no”, que "el problema no es del hortelano, sino de la huerta"… ¡de la
huerta!
Mi abuelo centenario me ha llamado y, entre lamentos, me ha
recordado la frase de otro histórico de la compañía, un tal Tierno Galván: “el
poder es como un explosivo; o se maneja bien o estalla”. ¡Ay -se ha quejado el abuelo antes de colgar- si el pobre Salus levantara
la cabeza!
____________
____________
22 de octubre de 2012
Bienvenido Alonso
Sin prisas. Llegaste cuando te tocaba. En medio de la
quietud de una madrugada de calabobos, cambiaste el cálido líquido del vientre por el frío
gaseoso de la vida… con tantas ganas de comértela que apenas tardaste unos
segundos en engancharte a ella, en aspirarla a sorbos del pecho de tu madre cuando tu suave pelo negro y tu piel melocotón aún conservaban trazos del pegajoso brebaje de su esencia.
Sólo habían pasado dos horas desde el final del viernes en
el que el otoño se instaló definitivamente en Madrid, tu casa. Un viernes en el
que constatamos lo que ya sabíamos: lo difícil que nos ha puesto los tiempos la apisonadora del poder. Alemania,
con unas elecciones a la vista, nos robaba en Bruselas la posibilidad de que
rescatarnos -¡rescatarnos, ya ves qué
tontería!- fuese un poco menos caro... y aquí nos rebelábamos contra el brutal
sometimiento convocando una huelga
general para cuando tú hayas cumplido 25 días. Ni un mes desde el 20 de
octubre, en el que, mientras este país celebraba un año sin la barbarie
terrorista de ETA, otro cercano, el mágico país de los cedros, se asomaba al terror de
la guerra por culpa de una bomba asesina.
¿Pero qué importancia podía tener todo eso cuando viniste a
las 2 de la madrugada? ¿Qué más daban los recortes, Líbano, Merkel, el MEDE, Rajoy, mirando esa mirada tuya tan
llena de pestañas, ganas y preguntas? Llegaste redentor, con tanta luz en una noche sin
luna que nos obligaste a olvidar… recordándonos la pelea por venir para que
jamás te ensucien todas esas miserias.
Y no te rozarán mientras esté la valiente que te enchufó a la vida; mientras tengas cerca a esas dos lobeznas con corazón de koala que ya te han convertido en el Nenuco que les faltaba, ese al que dar amor; no se atreverán a asomar mientras yo pueda seguir sanándome en tu mirada inocente y limpia. Y no serán tus miserias -jamás- mientras esté la que nunca va a dejar de estar: la que vigila, la que ama, la que nos hizo a todas el regalo de la fuerza que forjó a lo largo de una vida que ahora también es, gracias a ella, la tuya.
Y no te rozarán mientras esté la valiente que te enchufó a la vida; mientras tengas cerca a esas dos lobeznas con corazón de koala que ya te han convertido en el Nenuco que les faltaba, ese al que dar amor; no se atreverán a asomar mientras yo pueda seguir sanándome en tu mirada inocente y limpia. Y no serán tus miserias -jamás- mientras esté la que nunca va a dejar de estar: la que vigila, la que ama, la que nos hizo a todas el regalo de la fuerza que forjó a lo largo de una vida que ahora también es, gracias a ella, la tuya.
Bienvenido Alonso.
____________
____________
16 de octubre de 2012
El alma, el corazón... y el dinero
2008. “No hay crisis, sino una suave desaceleración”
Eran la pareja perfecta, la única en la que el dicho “estaban hechos el uno para el otro” no era sólo una forma de hablar. Ella sentía al ritmo de sus latidos; él se entusiasmaba cuando ella reía y se entregaba a la paz con su quietud. Ignorantes, era el suyo un entendimiento pleno. Sincronizados, el corazón vivía la intensidad de ella; el alma soñaba enérgica con la vitalidad de él.
Eran la pareja perfecta, la única en la que el dicho “estaban hechos el uno para el otro” no era sólo una forma de hablar. Ella sentía al ritmo de sus latidos; él se entusiasmaba cuando ella reía y se entregaba a la paz con su quietud. Ignorantes, era el suyo un entendimiento pleno. Sincronizados, el corazón vivía la intensidad de ella; el alma soñaba enérgica con la vitalidad de él.
2010. “Navegamos en
aguas sin cartografiar”
Un golpe, dos “ay”, una risa, otra, dos golpes más. Entre palos y penas, peleaba el alma con fuerza. Y su lucha... desbocó al corazón. Ella ya sabía. Él todavía no... y erraba agitado, en un cada vez más costoso palpitar, entre sus insomnios y las incomprensibles pesadillas de ella.
Un golpe, dos “ay”, una risa, otra, dos golpes más. Entre palos y penas, peleaba el alma con fuerza. Y su lucha... desbocó al corazón. Ella ya sabía. Él todavía no... y erraba agitado, en un cada vez más costoso palpitar, entre sus insomnios y las incomprensibles pesadillas de ella.
2012. “Son decisiones
difíciles, pero necesarias”
Agravada la disputa desigual, la última derrota del alma fue letal para el corazón. Ni sístole. Ni diástole. Pero ella ¡no podía dejarlo ir! Sabia que no podía ser sin él y, por él, se sacrificó consciente de lo que el sacrificio significaba.
Agravada la disputa desigual, la última derrota del alma fue letal para el corazón. Ni sístole. Ni diástole. Pero ella ¡no podía dejarlo ir! Sabia que no podía ser sin él y, por él, se sacrificó consciente de lo que el sacrificio significaba.
La Química
los volvió a sincronizar.
El corazón
sobrevivió a golpe de pastilla. La misma que robó al alma... la capacidad de soñar.
____________
Suscribirse a:
Entradas (Atom)