Él –tú ya sabes quién eres, querido- se
liaba con una colega de prensa del extinto ministerio de Vivienda. Uno más de los
muchos affaires del roce laboral. Pero, en esta ocasión, tuvo la friega la mala fortuna de toparse con
un avispado periodista de investigación. Una tarde, tras el polvo apasionado y rapidito de hotel, antes de regresar al olivo propio, tomaban los mochuelos un café en el bar perdido en el que nadie les podría reconocer. Sonrisa perenne y ojitos de cordero degollao, el acaramelamiento les hizo olvidar en la mesa la factura del hospedaje de los afectos vespertinos. El avispado periodista de investigación, que había escuchado la conversación de los amantes desde una mesa contigua, recuperó la cuenta y, en un taxi de los de
COPE y cristo redentor en el salpicadero, se acercó raudo al hotel dónde, haciéndose
pasar por policía –no sé si dije que era un avispado periodista de
investigación- consiguió las grabaciones de las cámaras de vigilancia.
Al día siguiente el compañero de Loto y su amante eran
portada en La Vanguardia y su video -10 segundos de entrada furtiva en una
habitación- se había convertido en TT
con miles de visitas en la página web. Él estaba hundido. Loto, enfurecida. Pero
¿qué coño de periodismo es este? ¿qué mierda pasa con esta profesión? Poseída por la rabia, se lanzó a las redes sociales a tratar de frenar, con apenas medio
centenar de seguidores, la afrenta. Intentó convencer a los soberbios gurús de
los 140 caracteres de lo absurdo de la noticia… pero ¡no hubo manera! A él le rompieron la vida. A Loto... a Loto se le quitaron las ganas un poco más.
Otra pesadilla de los tiempos en el regreso a los brazos de Morfeo. ¿Quién mandaría a Loto interesarse, antes de dormir, por los lances del General Petraeus?
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