¿Quién no ha sentido alguna vez el porqué de nuestro vergonzante millón de muertos? ¿Quíen no ha experimentado, aunque sea ligeramente, en el fragor de la bronca política casera, el porqué de nuestra Guerra Civil?
Somos un país pasional y no es un tópico. Somos obstinados, testarudos, en la defensa de lo que creemos. Pero, como en todo y siempre, hay cabezones inofensivos y… hay cazurros muy muy peligrosos.
Es cabezota quien ha perdido a un hijo en una masacre y se instala en la demanda permanente de que se esclarezca hasta la identidad del dueño de la seda dental aparecida en lugar del atentado… tan obstinado como quien exige que se deje en paz a los muertos para que cicatrice la herida. Es cazurro -y muy pernicioso- quien se ofusca en cualquiera de esas circunstancias sin haberlas sufrido e institucionaliza la cabezonería para justificar errores periodísticos o convertir en verdaderos meros argumentos políticos.
Es cabezón el empleado que teme perder su empleo con una Reforma Laboral que legaliza el despido gratuito, el parado que no confía en la receta ultraliberal para recuperar su empleo…. tan testarudo como el empresario que confía en los cambios para la prosperidad de su empresa. Es cazurro - y peligroso- quien ataca desde la tribuna mediática al obstinado por el mero hecho de defender su derecho constitucional a la pataleta descalificando a lo que hoy día sigue siendo una institución democrática –nos guste o no- cuya legitimidad se asienta, entre otros, en la defensa de ese derecho que se llama “huelga general”.
Es cabezota el joven desencantado que sale a la calle a manifestar su desencanto... como lo es el encantado que arremete contra quien huye de la estabilidad, la permanencia o el conservadurismo. Es cazurro –y asusta mucho- la utilización guerracivilista del cabreo individual expresado de forma colectiva… la desacreditación de la mitad que piensa distinto acusándola de fomentar el incendio con portadas incendiarias, como ocurrió con las protestas estudiantiles de Valencia.
¿Quién no ha sentido alguna vez el miedo a que se repita lo que nunca debió ocurrir? Sigamos siendo pasionales, obstinados, testarudos… pero –por favor- desterremos la cazurronería desde la tolerancia y, sobre todo, desde la responsabilidad.
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