16 de septiembre de 2011

Bienvenido Mr. Burglar

“Los yanquis han venido - ole salero- con mil regalos
y a las niñas bonitas van a obsequiarlas con aeroplanos.
Con aeroplanos de chorro libre que corta el aire
y también rascacielos bien conservados en friguidaire.
Americanos…”

Cual fotograma en color de aquella película de Berlanga, adalides de la Europa libre -¿y prospera?- adelantándose al europeo ilegítimo Erdogan, David Cameron y Nicolas Sarkozy desembarcaron ayer en Libia.
Traje y corbata en el país del sol, el canijo y el sonrosado tuvieron el mismo recibimiento que se preparó al Señor Marshall. A los americanos no les vimos el rostro porque pasaron de largo, sin dejar los dólares, por las calles de Villar del Rio. Esta pareja no tuvo empacho en mostrar la cara –dura- triunfante de generosidad hipócrita porque llegó para quedarse, sin un euro en el bolsillo y conocedora de lo mucho que se puede pescar en un país que se levanta sobre balsas de petróleo y oquedades de gas y necesitado de una profunda reconstrucción.
Qué vergüenza escuchar al pequeño decir “lo que hicimos, lo hicimos sin ninguna intención oculta”. Qué vomitiva la promesa del rosa: “impulsaremos la liberación" de los miles de millones de activos libios congelados. Qué dolorosa la respuesta del anfitrión, presidente interino de Libia: “como buenos musulmanes, nosotros sabremos reconocer sus esfuerzos”. Qué punzantes los aplausos de un pueblo noble y agradecido, al que los rescatadores tuvieron al menos la decencia de reconocer “esta revolución es vuestra”
Porque sólo a ellos les pertenece: a mi querido Nomeacuerdo, a todos los Khaled que se fueron para siempre escapando del infierno, a los que se quedaron haciendo Gobiernos de garaje.... a Libia y los libios.

Sólo ellos merecen la ovación y el... “ole tu mare, ole tu suegra y ole tu tía!”
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12 de septiembre de 2011

Sueño XLIII: La película de anoche tuvo la culpa

Con el placentero abotargamiento de una cena en un exótico restaurante de las afueras de la ciudad y el cansancio de varias carreras en una piscina-rosquilla, Loto y Mikiki quieren regresar a su alojamiento en la medina. Toman el único taxi que se acerca hasta el lugar después de que dos ejecutivos de traje diplomático y maletín negro les cedan el coche que llega con copiloto de aspecto poco fiable.
Suben. Antes de llegar a destino, el taxista pide 28 euros por un trayecto de 3. La adormidera protesta. Interviene, agresivo, el amigo. Mal rollo en el paraiso del bienestar. ¡Y no sólo quiere dinero la pareja!
Loto agarra a Mikiki. Salen a la carrera. Escapan corriendo de la mano por las callejuelas y azoteas de la medina hasta que algo les separa. Ella grita el nombre del niño. No lo ve. Al escuchar el grito, el niño piensa que su mamá, en peligro, ha tomado la única escapatoria posible desde el último ático: el vacio. Y en ese convencimiento, para estar con ella, el pequeño salta también. Y ella, desde arriba, lo ve saltar. Y trata de gritar su nombre para que no lo haga cuándo el niño ya ha empezado a caer. Y la voz no sale. Y lo vuelve a intentar. Pero sigue sin salir la voz… hasta que la angustia le saca del mal sueño y le regala la evidencia:
¡Qué jodido es querer tanto… pero cuánto más jodido es saberse tan necesario y querido!
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