Funcionó tan bien durante tanto tiempo que las tomateras crecieron y la huerta se convirtió en invernadero: pepinos,
lechugas, calabacines, berenjenas, acelgas…
Atendida la verdura con mimo por los curritos que participaban del negocio, la
compañía se convirtió en una amenaza para otros productores que, tras la Guerra
Civil española, consiguieron que la dictadura franquista ilegalizara la
empresa para que sólo se alimentaran los que pagaban bien. Los herederos: hijo y sobrinos de Salustiano, gente noble, valiente y combativa, decidieron sin embargo mantener la empresa a
escondidas, en un mar de plásticos clandestinos, de forma que, cien años después
de su creación, muerto y enterrado ya el dictador, la huerta se convirtió en la primera verdulería de
España, con producción propia, calidad óptima y el precio más competitivo.
Por aquel entonces, finales del siglo XX, el negocio ya
estaba en manos de Salustiano González, el nieto de Salus. Un chico formado, con un par de carreras y
algún que otro master. Viajado, listo, carismático, extendió el negocio a Europa ya con su
nuevo logo: un tomate sobre una mano roja. Llegó la modernidad a la empresa, a la Tomatera Salustiano de los Hortelanos Obreros de España –la TSHOE- que cambió la filosofía del cultivo social por
otra más acorde a los tiempos: el libre mercado. Los tomates seguían siendo los
mejores pero, gobernados por la ley de
la oferta y la demanda, comenzaron los vaivenes. Subían los tomates, bajaban
los rábanos, se disparaba el precio del calabacín… El producto dejó de ser
aquel bien cercano al pueblo que con tanta ternura lo había cultivado.
Dos presidentes más pasaron por la empresa tras la dimisión,
tan sensata como tardía, de Salustiano III. Uno apenas aguantó tres años sin conseguir
reflotarla. Otro, un leonés, pariente lejano de la familia, de bonitos ojos y mejor talante, volvió
a llevarla a lo más alto en un periodo de algo más de 6 años en los que la ciudadanía saboreó
de nuevo, al mejor precio, el mejor tomate hortelano. No supo sin embargo el
joven anticiparse a la crisis verdulera norteamericana y la tomatera cayó
en picado, con amenaza de quiebra.
En la actualidad, con una economía que no levanta cabeza, la TSHOE ya sólo mantiene dos huertas: una en Andalucía y otra, mucho más
humilde, en Asturias... y ¡los tomates se siguen sin vender! Los acreedores se
frotan las manos pero no quiere verlo su ciego gobernador, un hombre
experimentado, consejero delegado en todas las presidencias de la empresa desde
la mejor época de Salustiano González, a quien regala los oídos su camarilla
de directores de producción, negocio y marketing... que ven todavía menos que él. No es que
los tomates sean caros y hayan perdido su tradicional calidad. Es que ya no los quieren ni
quienes los cultivaron. Y a pesar de que
algunos le han pedido que lo deje, que se marche, que el pueblo necesita la verdura más que nunca, él ha respondido hoy en una
emisora de radio que “no”, que "el problema no es del hortelano, sino de la huerta"… ¡de la
huerta!
Mi abuelo centenario me ha llamado y, entre lamentos, me ha
recordado la frase de otro histórico de la compañía, un tal Tierno Galván: “el
poder es como un explosivo; o se maneja bien o estalla”. ¡Ay -se ha quejado el abuelo antes de colgar- si el pobre Salus levantara
la cabeza!
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