Él llevó la botella de ginebra. Ella, un par de limas compradas a un chaval de 12 años en un sucio puesto de fruta de la medina de Tánger. La tónica, con dos hielos y en vaso de té, la puso el Continental… el hotel en el que acordaron encontrarse, sin conocerse, el primer lunes de agosto a la caída del sol.
Y allí estaban los dos, sin miedos ni prejuicios, frente a un gin tonic.
En aquel lugar cargado de recuerdos antiguos arrancó una historia nueva, tan precipitada y fugaz como intensa, tutelada por la imagen de un tal Juan y proyectando, en el espejo de la habitación 208, la fotografía más bella que no pudieron tomar: la de unas nalgas suaves y blancas moviéndose despacio, a ritmo de vals, sobre una robustez trabajada y experta.
No hacían falta palabras.
Pero salieron solas en el recorrido terapéutico que iniciaron, con 20 gramos de polen extraviado en un café frente al Estrecho y unos tacones de falsa piel de serpiente en la mano, descendiendo el camino del puerto que había perdido el sabor a patera y contrabando.
Rumbo al sur se aprendieron, con un café y un bollo caliente horas antes de que saliera la primera luna del Ramadán. Se respetaron frente al Atlántico, antes del pescado fresco y del kifi -que no fumaron- en el Xiringo del Miguel. Amagaron cariño entre rebuznos, juegos infantiles de cometa y, más tarde, en el deseado pero imposible romanticismo de la puesta de sol tras la muralla blanca, verde y azul de Asilah… y con el vino blanco, las almejas y las gambas del Restaurant de la Place... Asomos de ternura sin éxito que se convirtieron en sexo triunfante envuelto en gel de calor cuando relajaron los sentimientos en el Patio de la Luna.
Y mientras Standard & Poors acojonaba a medio mundo, a ellos no les asustó la inesperada sirena que rompió el silencio de la madrugada. Y mientras gritaban auxilio Berlusconi y ZP, ellos canturrearon con voz de cazalla y cocacola cuando sonó en la radio del coche, entre interferencias del otro lado, Chambao -“tanto tiempo pa poder tener, tantos temas pa poder tocar…” Y mientras el resto rumiaba rutina, ellos se sorprendieron con los flamencos que aliviaban instintos –como ellos- en un rinconcito húmedo del Rif a las faldas de 30 Gurugús.
El príncipe de Chaouen y la princesa de Asilah… y una abeja asesinada por el disparo de un flash; muerta en un segundo dulce, libando el néctar del té a la menta… mientras él inmortalizaba el instante del marcharse y ella pensaba que no le importaría irse así: dulce, feliz, libando buen rollo con aroma a hachís.
Al amanecer del cuarto día dejaron el palacio del Reino del Añil y cruzaron al norte. 14 kilómetros para acariciar tímidamente un poco de desnudez y emborracharse de Tarifa, Chivas y un “si te he visto no me acuerdo” que llegaría tras el quinto despertar con una sonrisa cómplice de "hasta nunca y hasta siempre" en la estación del AVE.
Y así, sin picante ni aditivos -no hacían falta- se marchó como vino el cuento marroquí. Sin miedos ni prejuicios. Sin enamoramiento pero con amor. Porque el amor también es eso… cinco días... nada más.
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Qué bonitas cosas suceden cuando son sólo 5 días!
ResponderEliminarPrecioso
ResponderEliminarGerard
Uff..
ResponderEliminar...firmaste después!
;)
qué arte morena!!!
ResponderEliminarEl arte está en http://rebecaretuerzo.wordpress.com
ResponderEliminar...rubia!!!
Quizá el amor no sea más que cinco días. Estremecida. Besos.
ResponderEliminar...si hubiera habido un sexto, un séptimo... el cuento no habría existido...
ResponderEliminar...pero hay amores y amores...
...y sé que tu sabes como son porque, según he leído, te encanta regalarlos!!!