No recuerdo tu nombre, quizás fueses Ahmed.
Irrumpiste sin vergüenza para quedarte durante el desayuno; moreno, pequeño, muy delgado y con un envoltorio de sabiduría genética, de siglos.
Hijo de cónsul. Educado en Dublín. Traumatólogo en Bengasi. Exiliado en la tierra en la que nos conocimos.
Hablabas con las manos, siempre abiertas, con unos sosegados ojos negros y una sonrisa mellada. Te expresaste con metáforas -como la de la casa de la gotera que no se quiere cambiar- en el inglés ostentoso que se habla al sur del Mediterráneo
No te creí cuando sentenciaste, con tu sabiduría vieja, que el final estaba a punto de llegar.
Te di mi número de teléfono y cometí el error de no pedir el tuyo.
Hoy me hubiera gustado escucharte reír sin dientes -“did you notice?”- y desearte, querido Nomeacuerdo: suerte en tu casa agujereada, feliz regreso a Libia.
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...envoltorio de sabiduría genética...: genial !!...
ResponderEliminar...bss!!...
Y ¿"todo esto pa qué"?
ResponderEliminar...por más vueltas que le doy... soy incapaz de entender!
...hubimos papam...
ResponderEliminarqué bonito reina! qué bien cuentas...!!!
ResponderEliminarNo tan bien como tú.... importante!!!!!
ResponderEliminarJoooop.. Fue una exhalación, la prueba de que sucedería.. Supiste aprender aunque no recuerdes bien su nombre, Loto.
ResponderEliminar...duró lo que dura un desayuno dentro de una historia d amor de cinco días!!!
ResponderEliminarTE SIGO:)
ResponderEliminarGracias!
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