Has vuelto esta noche. Con la camisa de cuadros arremangada a la altura del bíceps y una sonrisa tan limpia como la de siempre. Y te lo has currado. Has pintado conmigo, has limpiado, has cargado, has montado, has colgado… conmigo. Hemos dado otro aire, con la ayuda de una prestigiosa decoradora gafapasta, a la casa sesentera de mi madre, nuestra casa. Hemos tirado los sofás de escay y los cuadros de marco dorado y paisaje ilocalizable; hemos cambiado la colcha de guatiné por una manta blanca de lana y las lámparas de lágrimas por velas blancas; hemos cubierto la pared con dos alfombras de esparto marroquí… pero no ha habido forma de deshacerse de la mesa camilla. La retirábamos y volvía a aparecer, antigua y roja.
De madrugada, la lluvia se ha llevado el sueño y ha enterrado el nido en la tierra mojada. Después, con los ojos como platos, me he devanado los sesos pensando cómo se corta la masa de hojaldre para que al enrollarla te salga un cruasán.
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