Era de día la pasada noche pero, ni con la luz del sol, Loto era capaz de advertir el cambio. Lo tenía delante de las narices pero no podía, o no quería, ver que las cosas no eran como antes. Hasta que él la animó: “¿es que no te das cuenta?” Entonces Loto lo vio y lo comprendió: su cara era como el culo de un bebé y, esta vez, no había sido un error.
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