Tras más de 120 noches en vacio, Loto ha regresado al recuerdo de lo onírico en la casa de su ex compañera, la Susana Estrada manchega. Llevaba cuatro trajes para que ella le ayudase a elegir el correcto atuendo para el entierro. Primero se enfundaba uno de caballero, traje de raya diplomática y zapato masculino. Después –“no, mejor el sastre pero con bota alta”. A continuación la faldita. Finalmente, y después de innumerables mutaciones del gusto y la opinión, Loto decidía ponerse los cuatro, uno encima del otro.
Cuando estaba a punto de dirigirse a la despedida indefinida de no se sabe quién, embutida cuál muñeco Michelín, la casa de su compi-amiga-bollo se había transformado en su propia casa: un piso en una finca de ladrillo rojo de las levantadas en el tardo-franquismo en lo que antes eran polígonos a las afueras de Madrid. A la reina manchega del destape se había sumado otra ex compañera de más tiempo atrás. A las dos mostraba su hogar. La sorpresa llegaba con el descubrimiento de las infinitas posibilidades de cambio y ampliación del pequeño piso al que, como ya le sucediera en alguna que otra onírica realidad, le habían surgido espacios que renovar. Un vetusto baño convertible en comedor, un sucio dormitorio transformable en cocina, una polvorienta terraza potencial dormitorio…. Y como también le ocurriera ya en alguna que otra redundante ensoñación, Loto ha vuelto a despertar entre la ilusión del cambio y la pereza del duro trabajo por realizar.
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