¡Cuántas veces se dolió de que otros no avisaran cuando Mikiki llegaba con la visita a casa! ¡Fueron tantas!... que, esta vez, Loto decidió no avisar.
Volvió el parásito a saludarlos, como cada primavera, cada verano, cada otoño y cada invierno, porque olvidó el intruso que sus asomares toda la vida fueron estacionales. Volvió a la cálida, mullida y generosa mata rubia del niño y Loto, con buenas palabras, gestos amables y medio bote de silicona, lo volvió a despedir -“hasta dentro de unas semanas”-como se despide a un coñazo de familiar.
Pero esta vez no avisó, harta de dar la alarma sin que nadie, jamás, le avisase a ella de que el bicho, insistente, obstinado, inasequible al desaliento, rondaba de nuevo y de que, en cualquier momento, podría dejarse ver… otra vez.
Y entonces se sintió fatal: avergonzada, cuando recibió la llamada de la mamá de Nico: “cuida de Mikiki, Nico lo está pasando fatal”; mala persona, cuando la mamá de Dani le explicó que el demonio había perdido la melena de dorados rizos que lo hacía parecer un angel.
Ruborizada, abochornada... la madre del piojoso dio las gracias, escondió su silencio y silenció su insolidaridad frente al siempre inoportuno e incomodo tirano de la visita perpetua!
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